martes, 29 de noviembre de 2011

El día que murió George Harrison



El día que murió George Harrison yo ya tenía la consciencia suficiente y había oído la suficiente música como para saber que todos habíamos muerto un poco también. Y nos van quitando la ilusión y la esperanza poquito a poco, con cánceres de garganta y disparos en Nueva York y los 60 años de Bob Dylan cada vez dejan menos lugar a la esperanza y el no saber nada de Ringo y que Paul pierda a Linda y que Stanley Kubrick no llegase al 2001 ya nos sonó un poco a epitafio.

El día que murió George Harrison hacía sol por aquí y el viento no me quiso decir nada hasta las 12 del mediodía. El nudo, la pena y My sweet lord todo en la boca del estomago y Something martilleando mi cabeza a ritmo de sitar y Frank Sinatra dijo una vez que Something era la canción de amor más maravillosa del mundo y el día que murió George Harrison yo estuve de acuerdo con Frank Sinatra.

Ya hay más al otro lado que a este y eso siempre es malo, cuando los buenos muertos ganan en número a los buenos vivos hay que empezar a preocuparse.

El día que murió George Harrison fue un día malo, como estar pegando patadas a un balón durante horas y no lograr que avance ni un metro o algo parecido. Pasaron las horas y se fue la luz y a nadie por aquí parecía importarle verdaderamente que hubiese muerto y eso me cabrea y eso me da rabia. Seguro que más de uno de estos ignorantes con monos de trabajo, más de uno de estos estúpidos camareros de manos limpias y cuidadas, más de un camionero zafio y embrutecido se ligo a su mujer mientras bailaban Yesterday en algún baile de pueblo. Puta vida, los años y el trabajo, los hijos y las obligaciones, los días y las noches, hacen que olvides momentos como estar bailando Yesterday con una niña maravillosa un domingo de 1970 bajo la luz de la luna. Puta vida.

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