lunes, 20 de diciembre de 2010

Casavella


Francisco Casavella murió demasiado pronto. O quizás fue que yo descubrí su existencia demasiado tarde. Sea lo que sea, 46 años parecen muy pocos.

Francisco Casavella dejó unas cuantas novelas interesantes y una novela superlativa y mastodóntica (en calidad y en tamaño): El día del Watusi. Y dejó además la sensación de que lo mejor estaba por venir.

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A veces las entrañas repletas de chips de nuestros ordenadores nos traen regalos inesperados. Hace poco encontré por casualidad entre montones de archivos acumulados durante años, un artículo de Francisco Casavella. Ni siquiera sé cómo llegó hasta mi disco duro. Lo único que sé es que lo leí dos veces. Lo único que recuerdo es que me dejó una lágrima extraña colgando del ojo, sin saber muy bien qué hacia allí. Aquí lo dejo. Los melómanos, todos los frikis de la música, creo que entenderán el porqué de la lagrimilla.

“El diablo en la canción” por Francisco Casavella

Sólo el tiempo cuenta, el tiempo de verdad, el martillo de las ilusiones, el que pulveriza los ritmos y las melodías de la canción. Porque siempre hablamos de "canciones para el recuerdo" como si fuéramos Julie Andrews como una pídola en lo alto de las montañas berreando The sound of music. Pero ¿qué fue de nuestras canciones? ¿Por qué no puedo ver el documental sobre Joe Strummer si sé que cada minuto va a lijarme el alma con el recuerdo de todo lo que en realidad no fui, de lo que en realidad no hice, de lo que en realidad no sucedió en esta ciudad donde entonces y ahora se podía y se puede oler mierda bajo las calles? No, no puedo ver el documental sobre Strummer y pienso, contra lo que se suele suponer, que los nostálgicos -mis antagonistas- son en realidad gente dura, monolitos que pueden escuchar las canciones sin que les evoquen resacas, desamores, sábanas sucias, muertos, cenizas

... Y veo a los protagonistas del asunto, a John Lydon, alias Johnny Rotten, llorando al final de La mugre y la furia, el documental sobre los Sex Pistols, todo aquel cinismo, toda aquella provocación, ahora sólo lágrimas amargas... Y leo en Por favor, mátame la tristeza oceánica que subyace en el relato de Jerry Nolan sobre su primer concierto -Elvis en Hawai, nada menos- y el futuro batería de los New York Dolls y de los Heartbreakers sólo se puede fijar -en medio de una extraña fascinación- en el agujero que Elvis tiene en la suela de uno de sus zapatos. Y veo al mismo Strummer en el documental sobre la historia de The Clash también llorando -y amargamente-, no por lo que pudo haber sido y no fue, sino por lo que nunca pudo ser ni será. Es el tiempo y el diablo en las canciones.

Los grupos buenos: ¿quién puede oír a los Ramones, a Television, a Eddie and the Hot Rots, a los Jam, a Brinsley Schwarz, a los Modern Lovers, a los Fleshtones o a, ¡premonición!, Richard Hell, sin dejar de pensar: ¿esas canciones son yo mismo ahora, esa coliflor que te mira en el espejo son aquellas canciones y quizá la culpa no sólo sea mía? Y aunque la culpa sólo es mía quiero creer que los predicadores sureños tenían razón: es la música del infierno.
Y de pronto, estás en una barra, o en una estación de metro, o en un taxi, y por la estridente radio emiten una melodía de hace treinta años que nunca te llamó la atención, algo banal, sin historia, sin halo, sin recuerdo - Stevie Nicks cantando Dreams, por ejemplo-, y esa canción que quedó en el limbo de lo inocuo llega a las entrañas como un punzón y, misteriosamente, cura y susurra que hubo una vez algo tan fascinante como el agujero en la suela de Elvis en medio de toda esa autocompasión que ahora te acosa, estúpida y retorcida como un sacacorchos.

Y entonces te consuelas porque todo sigue del revés en un mundo que puede ser próspero para extravagantes más jóvenes, y las lágrimas salen sin duelo, sin amargura, corriendo.

PD: Curioseando he encontrado el lugar de donde saqué el artículo. Es un blog que recomiendo encarecidamente, Fuera en las calles. Dejó el link por si le interesa a alguien.

http://fueraenlascalles.blogspot.com/

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