martes, 30 de agosto de 2011

VIDAS CRUZADAS. Capítulo VII - Zombie (Café & Sandwich)



Le meten en un coche. Una sirena ulula enloquecida, como una lechuza afónica y moribunda. Los destellos rojos y azules pintan el asfalto. Suenan interferencias y hombres recios que huelen a tabaco se dirigen a él. Pero no escucha. No es capaz de sacar de su mente el canto demente de la sirena.

El coche aparca con un frenazo. Le bajan cogiéndolo de las axilas. Se deja hacer. Un pelele. Una marioneta con los hilos rotos. Entran en un lugar lleno de gritos. Ve a una mujer de aspecto indígena gesticular ostensiblemente ante un mostrador. Ve a un hombre uniformado escribir con parsimonia tras el mostrador. Ve chicos jóvenes con piercings sangrantes y mujeres con la minifalda a la altura de las caderas y tipos sospechosos con la mirada torcida. Lo ve todo sin mirar. Hace tiempo que todo lo que ve ha adquirido el contorno acuoso de las pesadillas. Un mal viaje sin LSD.

Lo sientan en una sala silenciosa. Hay un fluorescente que emite parpadeos amenazantes. Hay una mesa llena de muescas. Hay dos sillas y una papelera en un rincón. Ninguna decoración. Un cuarto espartano. El retiro de un filósofo empeñado en descubrir el sentido exacto de la vida. Pasa el tiempo. Es difícil precisar el tiempo dentro de los sueños. Puede ser minutos o años enteros. Es imposible discriminar colores en las pesadillas. Su mirada se fija en la papelera del rincón. Se agarra a ella como si fuese lo único real de todo aquello. Una papelera de oficina. Normal. Cotidiana. Casi obscena en su normalidad. Pero es necesario para él encontrar algo real entre todo aquel caos.

Entra un hombre. Está sudando. Lleva barba de varios días. El cuello de la camisa manchado por algo indescifrable. Se sienta frente a él. Le ofrece un cigarrillo. Jota rechaza con un ademán. El hombre se enciende el suyo con parsimonia estudiada, sin quitar sus ojos de los de Jota. Son unos ojos acuosos, como los de un perro abandonado en mitad de la carretera.

- ¿Cómo te llamas chico?

- Jota

- Mmmm. Bien

La habitación se llena de silencio y del humo azulado del cigarro. El hombre asiente con delicadeza. Como si con el dato del nombre todos los cabos se hubiesen atado de golpe.

- ¿Te suena?

Lanza unas fotografías hacia donde está sentado Jota. Jota se mueve con lentitud, con inexperiencia, como si de pronto hubiese olvidado como realizar cada uno de los movimientos de su cuerpo y necesitase muchísima concentración para dar con la secuencia de músculos, tendones y huesos adecuados. Mira las fotos. Cierra los ojos. Siente como la arcada le sube por la garganta. Siente la bilis quemándole la tráquea. Se levanta con una rapidez que parecía impensable hace unos segundos y se arrodilla junto a la papelera. Vomita con estruendo, con la cabeza metida en los bordes de la papelera.

Ella sin ojos. Ella sin ojos. Ella sin ojos. Es lo único en lo que puede pensar. Dos agujeros vacios. Nada más. No es su cara. No hay ojos. Pero ahí estaban sus labios inconfundibles. El lunar en el pómulo. La nariz aguileña. Sus pendientes, incluso se fijó en sus pendientes. Pero no había ojos. Solo dos agujeros.

Volvió a la silla. Un hilillo de baba colgándole de la comisura de los labios. El hombre permanecía impasible, fumando en la silla enfrente de Jota. Miraba con sus ojos de San Bernardo todos los movimientos de Jota.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta. Abrió una rendija y gritó:

- Martín, trae sándwiches y café que esto va a ir para largo.

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